
Encontrar tiempo para hacer adoración eucarística
La Eucaristía es descrita en el Catecismo como fuente y culmen de la fe. Encontrar tiempo para hacer adoración eucarística puede ser difícil, pero, si lo consigues, ¡podrás percibir resultados sorprendentes!
“Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen, esto es mi Cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos” (Marcos 14, 22-24).
En la cultura actual, la idea de progreso interior es drásticamente desvalorada como “desperdicio de tiempo” o “cosa de los antiguos e ingenuos”. Sólo el progreso exterior parece palpable.
Sin embargo el progreso material permanece fuera de nosotros: incluso nos ofrece sentimientos positivos, pero es siempre efímero y sin sustancia. En cambio el progreso interior significa que tú te estás transformando y volviéndote mejor.
El tiempo que dedicas a la adoración puede sorprenderte de muchas maneras. Por ejemplo:
1. Puedes desarrollar un sentimiento de admiración y maravilla
¡No hay nada como la atmósfera de una capilla o iglesia tranquila! El olor del incienso y el esplendor del ostensorio ayudan a comprender la verdad de lo que está sucediendo en la adoración. ¡Estamos realmente ante Jesucristo! Su Cuerpo, Su Sangre, Su Alma, Su Divinidad. Cuanto más te quedas en silencio ante la Hostia Santa, más comprendes que la única respuesta a la grandeza de Dios es la maravilla, la admiración y el amor.
2. Experimentas la paz en otras áreas de tu vida
Jesús dijo: “Mi paz les dejo, mi paz les doy” (Jn 14, 27). La paz exterior que podemos experimentar en la adoración (la quietud y el silencio) van mucho más al fondo y nos llevan a una paz interior que abraza todas las áreas de nuestra vida. Esto no significa que todo será perfecto y sin sufrimiento, pero esa paz nos fortalecerá para enfrentarnos con más firmeza y serenidad a las tempestades de la vida.
3. Empiezas a mirar más fuera de ti mismo
Jesús dijo: “Como yo les amé, ámense también ustedes unos a otros” (Jn 13, 34). La adoración nos conecta con el prójimo y con el mundo – al final, ¡estamos dedicando tiempo al Creador de todo lo que existe! Más tiempo para alabar y adorar a Dios significa más tiempo para ir más allá de nuestras propias preocupaciones y para atender las necesidades de los demás y del mundo en que vivimos.
4. A veces, es pesado …
Habrá momentos en que la adoración parecerá “insulsa”, “árida”… Te distraerás, tu mente empezará a divagar… La adoración regular puede estabilizarse y dejar de parecer especial, pero eso no quita valor ni disminuye la verdad de la adoración. Nuestra fe es mucho más que los sentimientos, y Dios continuará trabajando en ti aunque sientas o pases por momentos más “secos”. Aunque tu mente divague, estás dando a Dios lo mejor que puedes: ¡tu tiempo, tu compromiso y tu compañía!
5. ¡Te emocionas en la adoración!
Cuanto más tiempo dedicas a adorar a Dios, más descubres que Él te ama y quiere pasar tiempo contigo. ¡Y más empiezas a querer realmente vivir ese tiempo con Él! Si la adoración antes parecía rutina, ¡en poco tiempo percibes que deseas hacerla! Como decimos en la misa, “es justo y necesario” dar gracias al Señor. La adoración a Dios está inscrita en nuestro corazón, y “nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en él” (San Agustín).
6. La gracia entra en tu vida
Es increíble como un simple acto de compromiso con Dios, aunque sea un corto periodo de adoración, haga la diferencia para el resto de tu vida. Puedes tener la certeza de seguir en su presencia aunque hayas salido de la iglesia o capilla. La gracia te apoya en todos los momentos, especialmente en los de tentación. Es más fácil resistir a la tentación cuando se dedica más tiempo a la adoración.
7. Te das cuenta de lo afortunado que eres
Hay personas que quisieran pasar más tiempo con Jesús en Adoración, pero no pueden porque están enfermos o tienen mil tareas necesarias en el día a día. Hay personas, en muchas regiones del mundo, que arriesgan la vida por la Eucaristía y son perseguidas por causa de la fe. ¡Hay personas que enfrentan situaciones extremamente peligrosas para estar con Jesús! Y tu tienes el regalo de poder adorarlo abiertamente, ¡sin hablar de lo que significa tener un sacerdote para administrar los sacramentos!
8. ¡Comprendes que Dios tiene sentido del humor!
Cuanto más dejas que Dios te hable, en vez de gastar todo tu tiempo hablándole, ¡más notas que Dios tiene un gran sentido del humor! ¡Hay incluso momentos en que quisieras reír en voz alta! Quizás parezca sorprendente, pero los mejores padres ¿no demuestran su amor con buen humor?
9. Vas a querer confesarte más veces
Puede parecer intimidador, pero no lo es. ¡La confesión nos permite experimentar el océano ilimitado de la misericordia de Dios! Su misericordia engulle todos nuestros pecados y nos da una libertad real, una libertad sin miedo, que nos permite entrar en su Amor y en su Bondad! La confesión fortalece la conciencia de que estamos en los brazos de un Padre que nos ama mucho y que “nunca se cansa de perdonar”
10. ¡Te apasionas!
Cuando dedicas tiempo de corazón abierto a adorar a Dios y permitir que Cristo te muestre Su Amor, ¡también te apasionas! ¡Y su amor te revela a ti mismo y permite que seas tu mismo! “Yo he venido para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).
Entonces, ¿a qué estás esperando? Dedica un tiempo a la Adoración Eucarística, ¡y deja a Dios transformar tu vida!
La Eucaristía es descrita en el Catecismo como fuente y culmen de la fe. Encontrar tiempo para hacer adoración eucarística puede ser difícil, pero, si lo consigues, ¡podrás percibir resultados sorprendentes!
“Mientras comían, Jesús tomó el pan, pronunció la bendición, lo partió y lo dio a sus discípulos, diciendo: Tomen, esto es mi Cuerpo. Después tomó una copa, dio gracias y se la entregó, y todos bebieron de ella. Y les dijo: Esta es mi Sangre, la Sangre de la Alianza, que se derrama por muchos” (Marcos 14, 22-24).
En la cultura actual, la idea de progreso interior es drásticamente desvalorada como “desperdicio de tiempo” o “cosa de los antiguos e ingenuos”. Sólo el progreso exterior parece palpable.
Sin embargo el progreso material permanece fuera de nosotros: incluso nos ofrece sentimientos positivos, pero es siempre efímero y sin sustancia. En cambio el progreso interior significa que tú te estás transformando y volviéndote mejor.
El tiempo que dedicas a la adoración puede sorprenderte de muchas maneras. Por ejemplo:
1. Puedes desarrollar un sentimiento de admiración y maravilla
¡No hay nada como la atmósfera de una capilla o iglesia tranquila! El olor del incienso y el esplendor del ostensorio ayudan a comprender la verdad de lo que está sucediendo en la adoración. ¡Estamos realmente ante Jesucristo! Su Cuerpo, Su Sangre, Su Alma, Su Divinidad. Cuanto más te quedas en silencio ante la Hostia Santa, más comprendes que la única respuesta a la grandeza de Dios es la maravilla, la admiración y el amor.
2. Experimentas la paz en otras áreas de tu vida
Jesús dijo: “Mi paz les dejo, mi paz les doy” (Jn 14, 27). La paz exterior que podemos experimentar en la adoración (la quietud y el silencio) van mucho más al fondo y nos llevan a una paz interior que abraza todas las áreas de nuestra vida. Esto no significa que todo será perfecto y sin sufrimiento, pero esa paz nos fortalecerá para enfrentarnos con más firmeza y serenidad a las tempestades de la vida.
3. Empiezas a mirar más fuera de ti mismo
Jesús dijo: “Como yo les amé, ámense también ustedes unos a otros” (Jn 13, 34). La adoración nos conecta con el prójimo y con el mundo – al final, ¡estamos dedicando tiempo al Creador de todo lo que existe! Más tiempo para alabar y adorar a Dios significa más tiempo para ir más allá de nuestras propias preocupaciones y para atender las necesidades de los demás y del mundo en que vivimos.
4. A veces, es pesado …
Habrá momentos en que la adoración parecerá “insulsa”, “árida”… Te distraerás, tu mente empezará a divagar… La adoración regular puede estabilizarse y dejar de parecer especial, pero eso no quita valor ni disminuye la verdad de la adoración. Nuestra fe es mucho más que los sentimientos, y Dios continuará trabajando en ti aunque sientas o pases por momentos más “secos”. Aunque tu mente divague, estás dando a Dios lo mejor que puedes: ¡tu tiempo, tu compromiso y tu compañía!
5. ¡Te emocionas en la adoración!
Cuanto más tiempo dedicas a adorar a Dios, más descubres que Él te ama y quiere pasar tiempo contigo. ¡Y más empiezas a querer realmente vivir ese tiempo con Él! Si la adoración antes parecía rutina, ¡en poco tiempo percibes que deseas hacerla! Como decimos en la misa, “es justo y necesario” dar gracias al Señor. La adoración a Dios está inscrita en nuestro corazón, y “nuestro corazón está inquieto hasta que no descansa en él” (San Agustín).
6. La gracia entra en tu vida
Es increíble como un simple acto de compromiso con Dios, aunque sea un corto periodo de adoración, haga la diferencia para el resto de tu vida. Puedes tener la certeza de seguir en su presencia aunque hayas salido de la iglesia o capilla. La gracia te apoya en todos los momentos, especialmente en los de tentación. Es más fácil resistir a la tentación cuando se dedica más tiempo a la adoración.
7. Te das cuenta de lo afortunado que eres
Hay personas que quisieran pasar más tiempo con Jesús en Adoración, pero no pueden porque están enfermos o tienen mil tareas necesarias en el día a día. Hay personas, en muchas regiones del mundo, que arriesgan la vida por la Eucaristía y son perseguidas por causa de la fe. ¡Hay personas que enfrentan situaciones extremamente peligrosas para estar con Jesús! Y tu tienes el regalo de poder adorarlo abiertamente, ¡sin hablar de lo que significa tener un sacerdote para administrar los sacramentos!
8. ¡Comprendes que Dios tiene sentido del humor!
Cuanto más dejas que Dios te hable, en vez de gastar todo tu tiempo hablándole, ¡más notas que Dios tiene un gran sentido del humor! ¡Hay incluso momentos en que quisieras reír en voz alta! Quizás parezca sorprendente, pero los mejores padres ¿no demuestran su amor con buen humor?
9. Vas a querer confesarte más veces
Puede parecer intimidador, pero no lo es. ¡La confesión nos permite experimentar el océano ilimitado de la misericordia de Dios! Su misericordia engulle todos nuestros pecados y nos da una libertad real, una libertad sin miedo, que nos permite entrar en su Amor y en su Bondad! La confesión fortalece la conciencia de que estamos en los brazos de un Padre que nos ama mucho y que “nunca se cansa de perdonar”
10. ¡Te apasionas!
Cuando dedicas tiempo de corazón abierto a adorar a Dios y permitir que Cristo te muestre Su Amor, ¡también te apasionas! ¡Y su amor te revela a ti mismo y permite que seas tu mismo! “Yo he venido para que todos tengan vida y la tengan en abundancia” (Jn 10, 10).
Entonces, ¿a qué estás esperando? Dedica un tiempo a la Adoración Eucarística, ¡y deja a Dios transformar tu vida!
Mirar a Cristo con ojos de amor
Para empezar, permite que Cristo te mire.
Recuerda que él decidió pasar este tiempo contigo.
En este momento, es bueno permanecer de rodillas por un tiempo (si tu salud lo permite) para reconocer tu pequeñez ante el misterio de la encarnación y de la presencia real.
Pero recuerda: cualquiera que sea la actitud de tu cuerpo, debe reflejar tu movimiento interior, la mirada de amor que dedicas a Cristo.
Esta mirada de amor es la misma del joven hacia su prometida el día de su boda, la de una madre hacia su bebé recién nacido o hacia su hijo o hija que acaba de regresar de un largo viaje.
Es una mirada llena de intimidad, silencio, alegría.
Esto es lo que debemos buscar cuando nos ponemos en presencia de Jesús-Eucaristía.
Y si no sientes nada, debes saber que Él sí.
Está infinitamente más feliz de verte de lo que nosotros podríamos estarlo.
Pasar tiempo con JesúsSi no sabes qué decir o qué hacer, lo importante es pasar tiempo con Jesucristo, el rostro mismo del amor.
Es la base de cualquier relación: pasar tiempo con el otro.
Aprendamos a sentarnos a los pies de Jesús, a escoger “la mejor parte”, como María de Betania (Lc 10,42).
De este modo, podremos abrir nuestros oídos a la voluntad del Señor y rezar con Jesús el Padre Nuestro: “Hágase Tu voluntad”.
Ante el Santísimo Sacramento, puedes rezar con la Biblia.
Elige un pasaje y léelo varias veces. Saboréalo en la boca como si fuera un buen vino.
Esto te permitirá enfocar tus pensamientos en el Señor y no abandonarte a las distracciones.
Pídele también al Espíritu Santo que te ayude a entender lo que estás leyendo.
También puedes rezar el rosario.
La Virgen María amó a Jesús más que nadie. A través de los misterios del rosario, ella puede ayudarte a meditar sobre la vida de su Hijo: contemplarlo el día de su nacimiento, de su pasión, de su muerte y de su resurrección.
Ora con ella: ella te enseñará a hacer “todo lo que él os diga”.
Puede ser beneficioso cantar interiormente. Seguro que tienes un himno favorito que te sabes de memoria.
Es un buen momento para cantarlo en tu cabeza, para el Señor.
Si a pesar de todo esto estás distraído, no es tan grave. No pierdas el tiempo ahuyentando tus distracciones: ofrécelas al Señor.
Si el sueño te gana, no malgastes tus energías luchando: “Dios concede el sueño a sus amados” (Sal 127).
Si no aguantas una hora, recuerda que media hora de culto es suficiente para obtener una indulgencia plenaria en las condiciones habituales (comunión y confesión en los ocho días, oración por las intenciones del Papa).
O puedes dividir esa hora en tramos de diez minutos cada día. Lo importante es que hayas dado este paso de compartir tiempo con Cristo, presente en la Eucaristía.
Por supuesto, aunque el Santísimo Sacramento no esté expuesto, nada te impide entrar en una iglesia para orar delante del tabernáculo (de hecho, ¡es muy recomendable!).
¡Venite adoremus Dominum! (¡Venid, adoremos al Señor!)
Para empezar, permite que Cristo te mire.
Recuerda que él decidió pasar este tiempo contigo.
En este momento, es bueno permanecer de rodillas por un tiempo (si tu salud lo permite) para reconocer tu pequeñez ante el misterio de la encarnación y de la presencia real.
Pero recuerda: cualquiera que sea la actitud de tu cuerpo, debe reflejar tu movimiento interior, la mirada de amor que dedicas a Cristo.
Esta mirada de amor es la misma del joven hacia su prometida el día de su boda, la de una madre hacia su bebé recién nacido o hacia su hijo o hija que acaba de regresar de un largo viaje.
Es una mirada llena de intimidad, silencio, alegría.
Esto es lo que debemos buscar cuando nos ponemos en presencia de Jesús-Eucaristía.
Y si no sientes nada, debes saber que Él sí.
Está infinitamente más feliz de verte de lo que nosotros podríamos estarlo.
Pasar tiempo con JesúsSi no sabes qué decir o qué hacer, lo importante es pasar tiempo con Jesucristo, el rostro mismo del amor.
Es la base de cualquier relación: pasar tiempo con el otro.
Aprendamos a sentarnos a los pies de Jesús, a escoger “la mejor parte”, como María de Betania (Lc 10,42).
De este modo, podremos abrir nuestros oídos a la voluntad del Señor y rezar con Jesús el Padre Nuestro: “Hágase Tu voluntad”.
Ante el Santísimo Sacramento, puedes rezar con la Biblia.
Elige un pasaje y léelo varias veces. Saboréalo en la boca como si fuera un buen vino.
Esto te permitirá enfocar tus pensamientos en el Señor y no abandonarte a las distracciones.
Pídele también al Espíritu Santo que te ayude a entender lo que estás leyendo.
También puedes rezar el rosario.
La Virgen María amó a Jesús más que nadie. A través de los misterios del rosario, ella puede ayudarte a meditar sobre la vida de su Hijo: contemplarlo el día de su nacimiento, de su pasión, de su muerte y de su resurrección.
Ora con ella: ella te enseñará a hacer “todo lo que él os diga”.
Puede ser beneficioso cantar interiormente. Seguro que tienes un himno favorito que te sabes de memoria.
Es un buen momento para cantarlo en tu cabeza, para el Señor.
Si a pesar de todo esto estás distraído, no es tan grave. No pierdas el tiempo ahuyentando tus distracciones: ofrécelas al Señor.
Si el sueño te gana, no malgastes tus energías luchando: “Dios concede el sueño a sus amados” (Sal 127).
Si no aguantas una hora, recuerda que media hora de culto es suficiente para obtener una indulgencia plenaria en las condiciones habituales (comunión y confesión en los ocho días, oración por las intenciones del Papa).
O puedes dividir esa hora en tramos de diez minutos cada día. Lo importante es que hayas dado este paso de compartir tiempo con Cristo, presente en la Eucaristía.
Por supuesto, aunque el Santísimo Sacramento no esté expuesto, nada te impide entrar en una iglesia para orar delante del tabernáculo (de hecho, ¡es muy recomendable!).
¡Venite adoremus Dominum! (¡Venid, adoremos al Señor!)
Sábado de la Octava de Pascua
"Oh Dios, que con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos, mira con amor a los que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que, quienes han nacido por el bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén."
Dios, que con la abundancia de su gracia no cesa de aumentar el número de sus hijos, mira con amor a los que ha elegido como miembros de su Iglesia, para que, renacidos por el bautismo, obtengamos también la resurrección gloriosa.
El Señor Jesús Resucitado una vez más aparece a sus apóstoles, corrigiendo su incredulidad, y exhortándolos a salir por todo el mundo y anunciar su Evangelio a todas las personas.
De las Catequesis de Jerusalén
El pan celestial y la bebida de salvación
Jesús, el Señor, en la noche en que iba a ser entregado, tomó a pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, y dijo: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo.» Y tomando el cáliz, después de pronunciar la Acción de Gracias, dijo: «Tomad y bebed, ésta es mi sangre. » Por tanto, si él mismo afirmó del pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y si él mismo afirmó: Esta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre?
Por esto hemos de recibirlos con la firme convicción de que son el cuerpo y sangre de Cristo. Se te da el cuerpo del Señor bajo el signo de pan, y su sangre bajo el signo de vino; de modo que al recibir el cuerpo y la sangre de Cristo te haces concorpóreo y consanguíneo suyo. Así, pues, nos hacemos portadores de Cristo, al distribuirse por nuestros miembros su cuerpo y sangre.
Así, como dice San Pedro, nos hacemos participantes de la naturaleza divina.
En otro tiempo, Cristo, disputando con los judíos, decía: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros. Pero, como ellos entendieron estas palabras en un sentido material, se hicieron atrás escandalizados, pensando que los exhortaba a comer su carne.
En la antigua alianza había los panes de la proposición; pero, como eran algo exclusivo del antiguo Testamento, ahora ya no existen. Pero en el nuevo Testamento hay un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican el alma y el cuerpo. Pues, del mismo modo que el pan es apropiado al cuerpo, así también la Palabra encarnada concuerda con la naturaleza del alma.
Por lo cual, el pan y el vino eucarísticos no han de ser considerados como meros y comunes elementos materiales, ya que son el cuerpo y la sangre de Cristo, como afirma el Señor; pues, aunque los sentidos nos sugieren lo primero, hemos de aceptar con firme convencimiento lo que nos enseña la fe.
Adoctrinados e imbuidos de esta fe certísima, debemos creer que aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo; respecto a lo cual hallamos la antigua afirmación del salmo: El pan da fuerzas al corazón del hombre y el aceite da brillo a su rostro. Da, pues, fuerzas a tu corazón, comiendo aquel pan espiritual, y da brillo así al rostro de tu alma.
Ojalá que con el rostro descubierto y con la conciencia limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
"Oh Dios, que con la abundancia de tu gracia no cesas de aumentar el número de tus hijos, mira con amor a los que has elegido como miembros de tu Iglesia, para que, quienes han nacido por el bautismo, obtengan también la resurrección gloriosa. Por nuestro Señor Jesucristo, tu Hijo, que vive y reina contigo en la unidad del Espíritu Santo y es Dios por los siglos de los siglos. Amén."
Dios, que con la abundancia de su gracia no cesa de aumentar el número de sus hijos, mira con amor a los que ha elegido como miembros de su Iglesia, para que, renacidos por el bautismo, obtengamos también la resurrección gloriosa.
El Señor Jesús Resucitado una vez más aparece a sus apóstoles, corrigiendo su incredulidad, y exhortándolos a salir por todo el mundo y anunciar su Evangelio a todas las personas.
De las Catequesis de Jerusalén
El pan celestial y la bebida de salvación
Jesús, el Señor, en la noche en que iba a ser entregado, tomó a pan y, después de pronunciar la Acción de Gracias, lo partió y lo dio a sus discípulos, y dijo: «Tomad y comed, esto es mi cuerpo.» Y tomando el cáliz, después de pronunciar la Acción de Gracias, dijo: «Tomad y bebed, ésta es mi sangre. » Por tanto, si él mismo afirmó del pan: Esto es mi cuerpo, ¿quién se atreverá a dudar en adelante? Y si él mismo afirmó: Esta es mi sangre, ¿quién podrá nunca dudar y decir que no es su sangre?
Por esto hemos de recibirlos con la firme convicción de que son el cuerpo y sangre de Cristo. Se te da el cuerpo del Señor bajo el signo de pan, y su sangre bajo el signo de vino; de modo que al recibir el cuerpo y la sangre de Cristo te haces concorpóreo y consanguíneo suyo. Así, pues, nos hacemos portadores de Cristo, al distribuirse por nuestros miembros su cuerpo y sangre.
Así, como dice San Pedro, nos hacemos participantes de la naturaleza divina.
En otro tiempo, Cristo, disputando con los judíos, decía: Si no coméis mi carne y no bebéis mi sangre, no tendréis vida en vosotros. Pero, como ellos entendieron estas palabras en un sentido material, se hicieron atrás escandalizados, pensando que los exhortaba a comer su carne.
En la antigua alianza había los panes de la proposición; pero, como eran algo exclusivo del antiguo Testamento, ahora ya no existen. Pero en el nuevo Testamento hay un pan celestial y una bebida de salvación, que santifican el alma y el cuerpo. Pues, del mismo modo que el pan es apropiado al cuerpo, así también la Palabra encarnada concuerda con la naturaleza del alma.
Por lo cual, el pan y el vino eucarísticos no han de ser considerados como meros y comunes elementos materiales, ya que son el cuerpo y la sangre de Cristo, como afirma el Señor; pues, aunque los sentidos nos sugieren lo primero, hemos de aceptar con firme convencimiento lo que nos enseña la fe.
Adoctrinados e imbuidos de esta fe certísima, debemos creer que aquello que parece pan no es pan, aunque su sabor sea de pan, sino el cuerpo de Cristo; y que lo que parece vino no es vino, aunque así le parezca a nuestro paladar, sino la sangre de Cristo; respecto a lo cual hallamos la antigua afirmación del salmo: El pan da fuerzas al corazón del hombre y el aceite da brillo a su rostro. Da, pues, fuerzas a tu corazón, comiendo aquel pan espiritual, y da brillo así al rostro de tu alma.
Ojalá que con el rostro descubierto y con la conciencia limpia, contemplando la gloria del Señor como en un espejo, vayamos de gloria en gloria, en Cristo Jesús nuestro Señor, a quien sea el honor, el poder y la gloria por los siglos de los siglos. Amén.
Con el Domingo de Resurrección comienza los cincuenta días del tiempo pascual que concluye en Pentecostés.
La Octava de Pascua se trata de la primera semana de la Cincuentena; se considera como si fuera un solo día, es decir, el júbilo del Domingo de Pascua se prolonga ocho días seguidos.
Las lecturas evangélicas se centran en los relatos de las apariciones del Resucitado, la experiencia que los apóstoles tuvieron de Cristo Resucitado y que nos transmiten fielmente. En la primera lectura iremos leyendo de modo continuo las páginas de los Hechos de los Apóstoles.
La Octava de Pascua se trata de la primera semana de la Cincuentena; se considera como si fuera un solo día, es decir, el júbilo del Domingo de Pascua se prolonga ocho días seguidos.
Las lecturas evangélicas se centran en los relatos de las apariciones del Resucitado, la experiencia que los apóstoles tuvieron de Cristo Resucitado y que nos transmiten fielmente. En la primera lectura iremos leyendo de modo continuo las páginas de los Hechos de los Apóstoles.
TIEMPO DE CUARESMA: HISTORIA Y SIGNIFICADO
¿Cómo y cuándo empieza a vivirse la cuaresma? ¿Por qué 40 días? ¿Por qué la imposición de la ceniza?
La celebración de la Pascua del Señor, constituye, sin duda, la fiesta primordial del año litúrgico. De aquí que, cuando en el siglo II, la Iglesia comenzó a celebrar anualmente el misterio pascual de Cristo, advirtió la necesidad de una preparación adecuada, por medio de la oración y del ayuno, según el modo prescrito por el Señor. Surgió así la piadosa costumbre del ayuno infrapascual del viernes y sábado santos, como preparación al Domingo de Resurrección.
Los primeros pasos
Paso a paso, mediante un proceso de sedimentación, este período de preparación pascual fue consolidándose hasta llegar a constituir la realidad litúrgica que hoy conocemos como Tiempo de Cuaresma. Influyeron también, sin duda, las exigencias del catecumenado y la disciplina penitencial para la reconciliación de los penitentes.
La primitiva celebración de la Pascua del Señor conoció la praxis de un ayuno preparatorio el viernes y sábado previos a dicha conmemoración.
A esta práctica podría aludir la Traditio Apostolica, documento de comienzos del siglo III, cuando exige que los candidatos al bautismo ayunen el viernes y transcurran la noche del sábado en vela. Por otra parte, en el siglo III, la Iglesia de Alejandría, de hondas y mutuas relaciones con la sede romana, vivía una semana de ayuno previo a las fiestas pascuales.
En el siglo IV se consolida la estructura cuaresmal de cuarenta días
De todos modos, como en otros ámbitos de la vida de la Iglesia, habrá que esperar hasta el siglo IV para encontrar los primeros atisbos de una estructura orgánica de este tiempo litúrgico. Sin embargo, mientras en esta época aparece ya consolidada en casi todas las Iglesias la institución de la cuaresma de cuarenta días, el período de preparación pascual se circunscribía en Roma a tres semanas de ayuno diario, excepto sábados y domingos. Este ayuno prepascual de tres semanas se mantuvo poco tiempo en vigor, pues a finales del siglo IV, la Urbe conocía ya la estructura cuaresmal de cuarenta días.
El período cuaresmal de seis semanas de duración nació probablemente vinculado a la práctica penitencial: los penitentes comenzaban su preparación más intensa el sexto domingo antes de Pascua y vivían un ayuno prolongado hasta el día de la reconciliación, que acaecía durante la asamblea eucarística del Jueves Santo. Como este período de penitencia duraba cuarenta días, recibió el nombre de Quadragesima o Cuaresma.
¿Por qué inicia un miércoles?
Cuando en el siglo IV, se fijó la duración de la Cuaresma en 40 días, ésta comenzaba 6 semanas antes de la Pascua, en domingo, el llamado domingo de "cuadragésima". Pero en los siglos VI-VII cobró gran importancia el ayuno como práctica cuaresmal. Y aquí surgió un inconveniente: desde los orígenes nunca se ayunó en día domingo por ser "día de fiesta", la celebración del día del Señor. Entonces, se movió el comienzo de la Cuaresma al miércoles previo al primer domingo de ese tiempo litúrgico como medio de compensar los domingos y días en los que se rompía el ayuno.
Dicho miércoles, los penitentes, por la imposición de la ceniza, ingresaban en el orden que regulaba la penitencia canónica. Cuando la institución penitencial desapareció, el rito se extendió a toda la comunidad cristiana: este es el origen del Miércoles de Ceniza o "Feria IV anerum".
¿Por qué la ceniza?
La imposición de cenizas marca el inicio de la cuaresma en la que los cristianos católicos nos preparamos para celebrar la Pascua con cuarenta días de austeridad, a semejanza de la cuarentena de Cristo en el desierto, también la de Moisés y Elías.
Las cenizas nos recuerdan:
Las cenizas, como polvo, son un signo muy elocuente de la fragilidad, del pecado y de la mortalidad del hombre, y al recibirlas se reconoce su limitación; riqueza, ciencia, gloria, poder, títulos, dignidades, de nada nos sirven.
En el Antiguo Testamento la ceniza simboliza dolor y penitencia que era practicada para reflejar el arrepentimiento por los pecados cometidos:
¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros que se hicieron en vosotras se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se hubieran arrepentido en cilicio y ceniza. (Mt 11, 21; Lc 10,13)
La costumbre de imponer la ceniza se practica en la Iglesia desde sus orígenes. En la tradición judía, el símbolo de rociarse la cabeza con cenizas manifestaba el arrepentimiento y la voluntad de convertirse: la ceniza es signo de la fragilidad del hombre y de la brevedad de la vida.
Al inicio del cristianismo se imponía la ceniza especialmente a los penitentes, pecadores públicos que se preparaban durante la cuaresma para recibir la reconciliación. Vestían hábito penitencial y ellos mismos se imponían cenizas antes de presentarse a la comunidad. En los tiempos medievales se comienza a imponer la ceniza a todos los fieles cristianos con motivo del Miércoles de Ceniza, significando así que todos somos pecadores y necesitamos conversión. La cuaresma es para todos.
Las cenizas se obtienen al quemar las palmas (en general de olivo) que se bendijeron el anterior Domingo de Ramos. Se debe aclarar que no tendría sentido recibir las cenizas si el corazón no se dispone a la humildad y la conversión que representan.
Como se imparten las cenizas
La bendición e imposición de la ceniza tiene lugar en la misa, después de la homilía. En circunstancias especiales, por ejemplo, cuando no hay sacerdote, se puede hacer sin misa, pero siempre dentro de una celebración de la Palabra.
Las cenizas son impuestas en la frente del fiel, haciendo la señal de la cruz con ellas mientras el ministro dice las palabras Bíblicas: "Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás", o "Conviértete y cree en el Evangelio".
Las cenizas son un sacramental. Estos no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia los sacramentales "preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella". Catecismo (1670 ss.).
¿Y por qué cuarenta días?
El significado teológico de la Cuaresma es muy rico. Su estructura de cuarentena conlleva un enfoque doctrinal peculiar.
En efecto, cuando el ayuno se limitaba a dos días -o una semana a lo sumo-, esta praxis litúrgica podía justificarse simplemente por la tristeza de la Iglesia ante la ausencia del Esposo, o por el clima de ansiosa espera; mientras que el ayuno cuaresmal supone desde el principio unas connotaciones propias, impuestas por el significado simbólico del número cuarenta.
En primer lugar, no debe pasarse por alto que toda la tradición occidental inicia la Cuaresma con la lectura del evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto: el período cuaresmal constituye, pues, una experiencia de desierto, que al igual que en el caso del Señor, se prolonga durante cuarenta días.
En la Cuaresma, la Iglesia vive un combate espiritual intenso, como tiempo de ayuno y de prueba. Así lo manifiestan también los cuarenta años de peregrinación del pueblo de Israel por el Sinaí.
Otros simbolismos enriquecen el número cuarenta, como se advierte en el Antiguo y Nuevo Testamento. Así, la cuarentena evoca la idea de preparación: cuarenta días de Moisés y Elías previos al encuentro de Yahveh; cuarenta días empleados por Jonás para alcanzar la penitencia y el perdón; cuarenta días de ayuno de Jesús antes del comienzo de su ministerio público. La Cuaresma es un período de preparación para la celebración de las solemnidades pascuales: iniciación cristiana y reconciliación de los penitentes.
Por último, la tradición cristiana ha interpretado también el número cuarenta como expresión del tiempo de la vida presente, anticipo del mundo futuro. El Concilio Vaticano II(cfr. SC 109) ha señalado que la Cuaresma posee una doble dimensión, bautismal y penitencial, y ha subrayado su carácter de tiempo de preparación para la Pascua en un clima de atenta escucha a la Palabra de Dios y oración incesante.
El período cuaresmal concluye la mañana del Jueves Santo con la Misa Crismal -Missa Chrismalis- que el obispo concelebra con sus presbíteros. Esta Misa manifiesta la comunión del obispo y sus presbíteros en el único e idéntico sacerdocio y ministerio de Cristo. Durante la celebración se bendicen, además, los santos óleos y se consagra el crisma.
En resumen, el tiempo de Cuaresma se extiende desde el miércoles de Ceniza hasta la Misa de la cena del Señor exclusive. El miércoles de Ceniza es día de ayuno y abstinencia; los viernes de Cuaresma se observa la abstinencia de carne. El Viernes Santo también se viven el ayuno y la abstinencia.
¿Cómo se fija la fecha de la Pascua?
Para el cálculo hay que establecer unas premisas iniciales:
¿Cómo y cuándo empieza a vivirse la cuaresma? ¿Por qué 40 días? ¿Por qué la imposición de la ceniza?
La celebración de la Pascua del Señor, constituye, sin duda, la fiesta primordial del año litúrgico. De aquí que, cuando en el siglo II, la Iglesia comenzó a celebrar anualmente el misterio pascual de Cristo, advirtió la necesidad de una preparación adecuada, por medio de la oración y del ayuno, según el modo prescrito por el Señor. Surgió así la piadosa costumbre del ayuno infrapascual del viernes y sábado santos, como preparación al Domingo de Resurrección.
Los primeros pasos
Paso a paso, mediante un proceso de sedimentación, este período de preparación pascual fue consolidándose hasta llegar a constituir la realidad litúrgica que hoy conocemos como Tiempo de Cuaresma. Influyeron también, sin duda, las exigencias del catecumenado y la disciplina penitencial para la reconciliación de los penitentes.
La primitiva celebración de la Pascua del Señor conoció la praxis de un ayuno preparatorio el viernes y sábado previos a dicha conmemoración.
A esta práctica podría aludir la Traditio Apostolica, documento de comienzos del siglo III, cuando exige que los candidatos al bautismo ayunen el viernes y transcurran la noche del sábado en vela. Por otra parte, en el siglo III, la Iglesia de Alejandría, de hondas y mutuas relaciones con la sede romana, vivía una semana de ayuno previo a las fiestas pascuales.
En el siglo IV se consolida la estructura cuaresmal de cuarenta días
De todos modos, como en otros ámbitos de la vida de la Iglesia, habrá que esperar hasta el siglo IV para encontrar los primeros atisbos de una estructura orgánica de este tiempo litúrgico. Sin embargo, mientras en esta época aparece ya consolidada en casi todas las Iglesias la institución de la cuaresma de cuarenta días, el período de preparación pascual se circunscribía en Roma a tres semanas de ayuno diario, excepto sábados y domingos. Este ayuno prepascual de tres semanas se mantuvo poco tiempo en vigor, pues a finales del siglo IV, la Urbe conocía ya la estructura cuaresmal de cuarenta días.
El período cuaresmal de seis semanas de duración nació probablemente vinculado a la práctica penitencial: los penitentes comenzaban su preparación más intensa el sexto domingo antes de Pascua y vivían un ayuno prolongado hasta el día de la reconciliación, que acaecía durante la asamblea eucarística del Jueves Santo. Como este período de penitencia duraba cuarenta días, recibió el nombre de Quadragesima o Cuaresma.
¿Por qué inicia un miércoles?
Cuando en el siglo IV, se fijó la duración de la Cuaresma en 40 días, ésta comenzaba 6 semanas antes de la Pascua, en domingo, el llamado domingo de "cuadragésima". Pero en los siglos VI-VII cobró gran importancia el ayuno como práctica cuaresmal. Y aquí surgió un inconveniente: desde los orígenes nunca se ayunó en día domingo por ser "día de fiesta", la celebración del día del Señor. Entonces, se movió el comienzo de la Cuaresma al miércoles previo al primer domingo de ese tiempo litúrgico como medio de compensar los domingos y días en los que se rompía el ayuno.
Dicho miércoles, los penitentes, por la imposición de la ceniza, ingresaban en el orden que regulaba la penitencia canónica. Cuando la institución penitencial desapareció, el rito se extendió a toda la comunidad cristiana: este es el origen del Miércoles de Ceniza o "Feria IV anerum".
¿Por qué la ceniza?
La imposición de cenizas marca el inicio de la cuaresma en la que los cristianos católicos nos preparamos para celebrar la Pascua con cuarenta días de austeridad, a semejanza de la cuarentena de Cristo en el desierto, también la de Moisés y Elías.
Las cenizas nos recuerdan:
- El origen del hombre: "Dios formó al hombre con polvo de la tierra" (Gen 2,7).
- El fin del hombre: "hasta que vuelvas a la tierra, pues de ella fuiste hecho" (Gn 3,19).
- Dice Abrahán: "Aunque soy polvo y ceniza, me atrevo a hablar a mi Señor" (Gn 18,27).
- "todos expiran y al polvo retornan" (Sal 104,29)
Las cenizas, como polvo, son un signo muy elocuente de la fragilidad, del pecado y de la mortalidad del hombre, y al recibirlas se reconoce su limitación; riqueza, ciencia, gloria, poder, títulos, dignidades, de nada nos sirven.
En el Antiguo Testamento la ceniza simboliza dolor y penitencia que era practicada para reflejar el arrepentimiento por los pecados cometidos:
- "Por eso me retracto, y me arrepiento en el polvo y la ceniza." (Job 42,6)
- "Ellos harán oír su clamor a causa de ti, y gritarán amargamente. Se cubrirán la cabeza de polvo y se revolcarán en la ceniza." (Ez 27,30)
- "Un hombre de Benjamín escapó del frente de batalla y llegó a Silo ese mismo día, con la ropa desgarrada y la cabeza cubierta de polvo." (1 Sam 4, 12)
- "Al tercer día, llegó un hombre del campamento de Saúl, con la ropa hecha jirones y la cabeza cubierta de polvo. Cuando se presentó ante David, cayó con el rostro en tierra y se postró." (2 Sam 1, 2)
- "¡Cíñete un cilicio, hija de mi pueblo, y revuélcate en la ceniza, llora como por un hijo único, entona un lamento lleno de amargura! Porque en un instante llega sobre nosotros el devastador." (Jer 6, 26)
- "Gemid, pastores, y clamad; revolcaos en ceniza, mayorales del rebaño; porque se han cumplido los días de vuestra matanza y de vuestra dispersión, y caeréis como vaso precioso." (Jer 25, 34)
- "En tierra están sentados, en silencio, los ancianos de la hija de Sion. Han echado polvo sobre sus cabezas, se han ceñido de cilicio. Han inclinado a tierra sus cabezas las vírgenes de Jerusalén." (Lam 2, 10)
- "Cuando llegó la noticia al rey de Nínive, se levantó de su trono, se despojó de su manto, se cubrió de cilicio y se sentó sobre ceniza." (Jonas 3, 6)
- "Cuando Mardoqueo supo todo lo que se había hecho, rasgó sus vestidos, se vistió de cilicio y ceniza, y salió por la ciudad, lamentándose con grande y amargo clamor." (Ester 4, 1)
¡Ay de ti, Corazín! ¡Ay de ti, Betsaida! Porque si los milagros que se hicieron en vosotras se hubieran hecho en Tiro y en Sidón, hace tiempo que se hubieran arrepentido en cilicio y ceniza. (Mt 11, 21; Lc 10,13)
La costumbre de imponer la ceniza se practica en la Iglesia desde sus orígenes. En la tradición judía, el símbolo de rociarse la cabeza con cenizas manifestaba el arrepentimiento y la voluntad de convertirse: la ceniza es signo de la fragilidad del hombre y de la brevedad de la vida.
Al inicio del cristianismo se imponía la ceniza especialmente a los penitentes, pecadores públicos que se preparaban durante la cuaresma para recibir la reconciliación. Vestían hábito penitencial y ellos mismos se imponían cenizas antes de presentarse a la comunidad. En los tiempos medievales se comienza a imponer la ceniza a todos los fieles cristianos con motivo del Miércoles de Ceniza, significando así que todos somos pecadores y necesitamos conversión. La cuaresma es para todos.
Las cenizas se obtienen al quemar las palmas (en general de olivo) que se bendijeron el anterior Domingo de Ramos. Se debe aclarar que no tendría sentido recibir las cenizas si el corazón no se dispone a la humildad y la conversión que representan.
Como se imparten las cenizas
La bendición e imposición de la ceniza tiene lugar en la misa, después de la homilía. En circunstancias especiales, por ejemplo, cuando no hay sacerdote, se puede hacer sin misa, pero siempre dentro de una celebración de la Palabra.
Las cenizas son impuestas en la frente del fiel, haciendo la señal de la cruz con ellas mientras el ministro dice las palabras Bíblicas: "Acuérdate que eres polvo y en polvo te convertirás", o "Conviértete y cree en el Evangelio".
Las cenizas son un sacramental. Estos no confieren la gracia del Espíritu Santo a la manera de los sacramentos, pero por la oración de la Iglesia los sacramentales "preparan a recibirla y disponen a cooperar con ella". Catecismo (1670 ss.).
¿Y por qué cuarenta días?
El significado teológico de la Cuaresma es muy rico. Su estructura de cuarentena conlleva un enfoque doctrinal peculiar.
En efecto, cuando el ayuno se limitaba a dos días -o una semana a lo sumo-, esta praxis litúrgica podía justificarse simplemente por la tristeza de la Iglesia ante la ausencia del Esposo, o por el clima de ansiosa espera; mientras que el ayuno cuaresmal supone desde el principio unas connotaciones propias, impuestas por el significado simbólico del número cuarenta.
En primer lugar, no debe pasarse por alto que toda la tradición occidental inicia la Cuaresma con la lectura del evangelio de las tentaciones de Jesús en el desierto: el período cuaresmal constituye, pues, una experiencia de desierto, que al igual que en el caso del Señor, se prolonga durante cuarenta días.
En la Cuaresma, la Iglesia vive un combate espiritual intenso, como tiempo de ayuno y de prueba. Así lo manifiestan también los cuarenta años de peregrinación del pueblo de Israel por el Sinaí.
Otros simbolismos enriquecen el número cuarenta, como se advierte en el Antiguo y Nuevo Testamento. Así, la cuarentena evoca la idea de preparación: cuarenta días de Moisés y Elías previos al encuentro de Yahveh; cuarenta días empleados por Jonás para alcanzar la penitencia y el perdón; cuarenta días de ayuno de Jesús antes del comienzo de su ministerio público. La Cuaresma es un período de preparación para la celebración de las solemnidades pascuales: iniciación cristiana y reconciliación de los penitentes.
Por último, la tradición cristiana ha interpretado también el número cuarenta como expresión del tiempo de la vida presente, anticipo del mundo futuro. El Concilio Vaticano II(cfr. SC 109) ha señalado que la Cuaresma posee una doble dimensión, bautismal y penitencial, y ha subrayado su carácter de tiempo de preparación para la Pascua en un clima de atenta escucha a la Palabra de Dios y oración incesante.
El período cuaresmal concluye la mañana del Jueves Santo con la Misa Crismal -Missa Chrismalis- que el obispo concelebra con sus presbíteros. Esta Misa manifiesta la comunión del obispo y sus presbíteros en el único e idéntico sacerdocio y ministerio de Cristo. Durante la celebración se bendicen, además, los santos óleos y se consagra el crisma.
En resumen, el tiempo de Cuaresma se extiende desde el miércoles de Ceniza hasta la Misa de la cena del Señor exclusive. El miércoles de Ceniza es día de ayuno y abstinencia; los viernes de Cuaresma se observa la abstinencia de carne. El Viernes Santo también se viven el ayuno y la abstinencia.
¿Cómo se fija la fecha de la Pascua?
Para el cálculo hay que establecer unas premisas iniciales:
- La Pascua ha de caer en domingo.
- Este domingo ha de ser el siguiente al plenilunio pascual (la primera luna llena de la primavera boreal). Si esta fecha cayese en domingo, la Pascua se trasladará al domingo siguiente para evitar la coincidencia con la Pascua judía.
- La luna pascual es aquella cuyo plenilunio tiene lugar en el equinoccio de primavera (vernal) del hemisferio norte (de otoño en el sur) o inmediatamente después.
- Este equinoccio tiene lugar el 20 o 21 de marzo.
- Se llama epacta a la edad lunar. En concreto interesa para este cálculo la epacta del año, la diferencia en días que el año solar excede al año lunar. O dicho más fácilmente, el día del ciclo lunar en que está la Luna el 1 de enero del año cuya Pascua se quiere calcular. Este número -como es lógico- varía entre 0 y 29.
Mensaje del Papa Francisco para la Cuaresma 2018 en 30 frases
«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24, 12)
Introducción
1.- Una vez más, nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de conversión», que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
2.- Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24, 12).
3.- Esta frase se encuentra en el discurso que habla del final de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor.
Los falsos profetas
4.- Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas? Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren.
5.-¡Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se confunden con la felicidad! ¡Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de los intereses mezquinos! ¡Cuántos viven pensando en sí mismos y caen presa de la soledad!
6.- Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que, sin embargo, resultan ser completamente inútiles.
7.-¡Cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles, pero deshonestas! ¡Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas, pero que después resultan dramáticamente sin sentido!
8.-Estos estafadores no solo ofrecen cosas sin valor, sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos…, haciéndonos caer en el ridículo.
9.-Cada uno de los nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de los falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
10.-Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
11.-Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tim 6, 10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por lo tanto, el no querer buscar consuelo en Él, prefiriendo quedarnos en nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su palabra y sus sacramentos.
12.-Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
13.-También la creación es testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causas de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tiene que redescubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzosas; los cielos –que en el designio de Dios cantan su gloria- se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
14.-El amor se enfría también en nuestras comunidades. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium, traté de descubrir las señales más evidentes de esta falta de amor. Son estas: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana, que induce a ocuparse solo de los aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.
¿Qué podemos hacer?
15.-Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
16.-El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismo, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
17.-El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano y que nunca lo que tengo es solo mío. ¡Cuánto desearía que la limosna se convierta para todos en un auténtico estilo de vida!
18.-Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia.
19.-Esto vale especialmente en la Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades.
20.-Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos.
21.-El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer.
22.-Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; y por otra parte, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios.
23.-El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
24.-Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia católica para que llegara a todos vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios.
25.-Si os sentís afligidos, como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad; si os preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras; si veis que se debilita el sentido de una misma humanidad, uníos a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua
26.-Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración.
27.-Si en muchos corazones, a veces, da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el sacramento de la reconciliación en un contexto de adoración eucarística.
28.-En 2018, tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándonos en las palabras del salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
29.-En la noche de Pascua, reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica.
30.- Así, pues, «qué la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu», para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la palabra de Dios y de alimentarnos con el pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
«Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24, 12)
Introducción
1.- Una vez más, nos sale al encuentro la Pascua del Señor. Para prepararnos a recibirla, la Providencia de Dios nos ofrece cada año la Cuaresma, «signo sacramental de conversión», que anuncia y realiza la posibilidad de volver al Señor con todo el corazón y con toda la vida.
2.- Como todos los años, con este mensaje deseo ayudar a toda la Iglesia a vivir con gozo y con verdad este tiempo de gracia; y lo hago inspirándome en una expresión de Jesús en el Evangelio de Mateo: «Al crecer la maldad, se enfriará el amor en la mayoría» (Mt 24, 12).
3.- Esta frase se encuentra en el discurso que habla del final de los tiempos y que está ambientado en Jerusalén, en el Monte de los Olivos, precisamente allí donde tendrá comienzo la pasión del Señor.
Los falsos profetas
4.- Escuchemos este pasaje y preguntémonos: ¿qué formas asumen los falsos profetas? Son como «encantadores de serpientes», o sea, se aprovechan de las emociones humanas para esclavizar a las personas y llevarlas adonde ellos quieren.
5.-¡Cuántos hijos de Dios se dejan fascinar por las lisonjas de un placer momentáneo, al que se confunden con la felicidad! ¡Cuántos hombres y mujeres viven como encantados por la ilusión del dinero, que los hace en realidad esclavos del lucro o de los intereses mezquinos! ¡Cuántos viven pensando en sí mismos y caen presa de la soledad!
6.- Otros falsos profetas son esos «charlatanes» que ofrecen soluciones sencillas e inmediatas para los sufrimientos, remedios que, sin embargo, resultan ser completamente inútiles.
7.-¡Cuántos son los jóvenes a los que se les ofrece el falso remedio de la droga, de unas relaciones de «usar y tirar», de ganancias fáciles, pero deshonestas! ¡Cuántos se dejan cautivar por una vida completamente virtual, en que las relaciones parecen más sencillas y rápidas, pero que después resultan dramáticamente sin sentido!
8.-Estos estafadores no solo ofrecen cosas sin valor, sino que quitan lo más valioso, como la dignidad, la libertad y la capacidad de amar. Es el engaño de la vanidad, que nos lleva a pavonearnos…, haciéndonos caer en el ridículo.
9.-Cada uno de los nosotros, por tanto, está llamado a discernir y a examinar en su corazón si se siente amenazado por las mentiras de los falsos profetas. Tenemos que aprender a no quedarnos en un nivel inmediato, superficial, sino a reconocer qué cosas son las que dejan en nuestro interior una huella buena y más duradera, porque vienen de Dios y ciertamente sirven para nuestro bien.
Un corazón frío
10.-Preguntémonos entonces: ¿cómo se enfría en nosotros la caridad? ¿Cuáles son las señales que nos indican que el amor corre el riesgo de apagarse en nosotros?
11.-Lo que apaga la caridad es ante todo la avidez por el dinero, «raíz de todos los males» (1 Tim 6, 10); a esta le sigue el rechazo de Dios y, por lo tanto, el no querer buscar consuelo en Él, prefiriendo quedarnos en nuestra desolación antes que sentirnos confortados por su palabra y sus sacramentos.
12.-Todo esto se transforma en violencia que se dirige contra aquellos que consideramos una amenaza para nuestras «certezas»: el niño por nacer, el anciano enfermo, el huésped de paso, el extranjero, así como el prójimo que no corresponde a nuestras expectativas.
13.-También la creación es testigo silencioso de este enfriamiento de la caridad: la tierra está envenenada a causas de los desechos arrojados por negligencia e interés; los mares, también contaminados, tiene que redescubrir por desgracia los restos de tantos náufragos de las migraciones forzosas; los cielos –que en el designio de Dios cantan su gloria- se ven surcados por máquinas que hacen llover instrumentos de muerte.
14.-El amor se enfría también en nuestras comunidades. En la exhortación apostólica Evangelii gaudium, traté de descubrir las señales más evidentes de esta falta de amor. Son estas: la acedia egoísta, el pesimismo estéril, la tentación de aislarse y de entablar continuas guerras fratricidas, la mentalidad mundana, que induce a ocuparse solo de los aparente, disminuyendo de este modo el entusiasmo misionero.
¿Qué podemos hacer?
15.-Si vemos dentro de nosotros y a nuestro alrededor los signos que antes he descrito, la Iglesia, nuestra madre y maestra, además de la medicina a veces amarga de la verdad, nos ofrece en este tiempo de Cuaresma el dulce remedio de la oración, la limosna y el ayuno.
16.-El hecho de dedicar más tiempo a la oración hace que nuestro corazón descubra las mentiras secretas con las cuales nos engañamos a nosotros mismo, para buscar finalmente el consuelo en Dios. Él es nuestro Padre y desea para nosotros la vida.
17.-El ejercicio de la limosna nos libera de la avidez y nos ayuda a descubrir que el otro es mi hermano y que nunca lo que tengo es solo mío. ¡Cuánto desearía que la limosna se convierta para todos en un auténtico estilo de vida!
18.-Al igual que, como cristianos, me gustaría que siguiésemos el ejemplo de los apóstoles y viésemos en la posibilidad de compartir nuestros bienes con los demás un testimonio concreto de la comunión que vivimos en la Iglesia.
19.-Esto vale especialmente en la Cuaresma, un tiempo en el que muchos organismos realizan colectas en favor de iglesias y poblaciones que pasan por dificultades.
20.-Y cuánto querría que también en nuestras relaciones cotidianas, ante cada hermano que nos pide ayuda, pensáramos que se trata de una llamada de la divina providencia: cada limosna es una ocasión para participar en la Providencia de Dios hacia sus hijos.
21.-El ayuno, por último, debilita nuestra violencia, nos desarma, y constituye una importante ocasión para crecer.
22.-Por una parte, nos permite experimentar lo que sienten aquellos que carecen de lo indispensable y conocen el aguijón del hambre; y por otra parte, expresa la condición de nuestro espíritu, hambriento de bondad y sediento de la vida de Dios.
23.-El ayuno nos despierta, nos hace estar más atentos a Dios, que es el único que sacia nuestra hambre.
24.-Querría que mi voz traspasara las fronteras de la Iglesia católica para que llegara a todos vosotros, hombres y mujeres de buena voluntad, dispuestos a escuchar a Dios.
25.-Si os sentís afligidos, como nosotros, porque en el mundo se extiende la iniquidad; si os preocupa la frialdad que paraliza el corazón y las obras; si veis que se debilita el sentido de una misma humanidad, uníos a nosotros para invocar juntos a Dios, para ayunar juntos y entregar juntos lo que podamos como ayuda para nuestros hermanos.
El fuego de la Pascua
26.-Invito especialmente a los miembros de la Iglesia a emprender con celo el camino de la Cuaresma, sostenidos por la limosna, el ayuno y la oración.
27.-Si en muchos corazones, a veces, da la impresión de que la caridad se ha apagado, en el corazón de Dios no se apaga. Él siempre nos da una nueva oportunidad para que podamos empezar a amar de nuevo.
Una ocasión propicia será la iniciativa «24 horas para el Señor», que este año nos invita nuevamente a celebrar el sacramento de la reconciliación en un contexto de adoración eucarística.
28.-En 2018, tendrá lugar el viernes 9 y el sábado 10 de marzo, inspirándonos en las palabras del salmo 130,4: «De ti procede el perdón». En cada diócesis, al menos una iglesia permanecerá abierta durante 24 horas seguidas para permitir la oración de adoración y la confesión sacramental.
29.-En la noche de Pascua, reviviremos el sugestivo rito de encender el cirio pascual: la luz que proviene del «fuego nuevo» poco a poco disipará la oscuridad e iluminará la asamblea litúrgica.
30.- Así, pues, «qué la luz de Cristo, resucitado y glorioso, disipe las tinieblas de nuestro corazón y de nuestro espíritu», para que todos podamos vivir la misma experiencia de los discípulos de Emaús: después de escuchar la palabra de Dios y de alimentarnos con el pan eucarístico nuestro corazón volverá a arder de fe, esperanza y caridad.
¡A Ti!
Mi Jesús Sacramentado yo te adoro y te bendigo,
porque oculto en el Sagrario te has querido estar conmigo
Jesús Hostia inmaculada, inmolada por bien mío,
que mi alma sea tu morada, amantísimo Dios mío
Tú eres mi Jesús amado, el esposo prometido,
de las almas el deseado, eres mi Jesús querido
Eres tú la flor del campo, lirio hermoso de los valles,
y de mi alma dulce encanto, mi Jesús Tú bien lo sabes
Yo te adoro y te bendigo porque en el Pan Consagrado
te has querido unir conmigo mi Jesús Sacramentado
Eres Tú perla preciosa y como astro reluciente
eres Tú la luz hermosa que ilumina nuestra mente
Jesús Hostia es mi tesoro el único bien que adoro
dulce encanto de mi amor, con todo mi corazón
Eres, Tú la realidad Tú mi dicha y mi consuelo
Tú mi gran felicidad en la tierra y en el cielo
Mi Jesús dueño adorado Tú eres todo para mí
hay, dulce Jesús amado, yo soy todo para Tí
Yo soy tuyo, oh Jesús mío, con mi vida y cuanto tengo
me consagro a Tí Dios mío a Tí me encomiendo
Mi Jesús Sacramentado yo te adoro y te bendigo,
porque oculto en el Sagrario te has querido estar conmigo
Jesús Hostia inmaculada, inmolada por bien mío,
que mi alma sea tu morada, amantísimo Dios mío
Tú eres mi Jesús amado, el esposo prometido,
de las almas el deseado, eres mi Jesús querido
Eres tú la flor del campo, lirio hermoso de los valles,
y de mi alma dulce encanto, mi Jesús Tú bien lo sabes
Yo te adoro y te bendigo porque en el Pan Consagrado
te has querido unir conmigo mi Jesús Sacramentado
Eres Tú perla preciosa y como astro reluciente
eres Tú la luz hermosa que ilumina nuestra mente
Jesús Hostia es mi tesoro el único bien que adoro
dulce encanto de mi amor, con todo mi corazón
Eres, Tú la realidad Tú mi dicha y mi consuelo
Tú mi gran felicidad en la tierra y en el cielo
Mi Jesús dueño adorado Tú eres todo para mí
hay, dulce Jesús amado, yo soy todo para Tí
Yo soy tuyo, oh Jesús mío, con mi vida y cuanto tengo
me consagro a Tí Dios mío a Tí me encomiendo
HOSTIA
Hostia blanca del trigo de los surcos del desierto, molido por la muela del dolor que tritura; pan divino de flor de harina, como leche blanco, Hijo eres, Hostia, de la tierra negra; Hijo eres de la tierra, Hijo del Hombre, Hijo de Dios y de la Virgen Madre, nuestra madre la tierra.
Por el mundo cual espigas ondean los mortales, hasta que la hoz los siegue de la muerte, que arrastra el trillo convirtiendo en era lo que fue ayer ejido de deportes, y a la tolva van luego, y de esa harina su pan amasa Dios, que vive de hombres, del sólo pan que somos tus discípulos.
Vive de Ti, Hostia blanca como leche, nacida de la Virgen Tierra Madre; por Ti comulga Dios con sus mortales; tierra y agua de Dios son pan y vino del hombre, y Dios con ellos hombre se hace.
Tu cruz, cual una artesa en que tu Padre hiñera con sus manos nuestro pan.
Hostia blanca del trigo de los surcos del desierto, molido por la muela del dolor que tritura; pan divino de flor de harina, como leche blanco, Hijo eres, Hostia, de la tierra negra; Hijo eres de la tierra, Hijo del Hombre, Hijo de Dios y de la Virgen Madre, nuestra madre la tierra.
Por el mundo cual espigas ondean los mortales, hasta que la hoz los siegue de la muerte, que arrastra el trillo convirtiendo en era lo que fue ayer ejido de deportes, y a la tolva van luego, y de esa harina su pan amasa Dios, que vive de hombres, del sólo pan que somos tus discípulos.
Vive de Ti, Hostia blanca como leche, nacida de la Virgen Tierra Madre; por Ti comulga Dios con sus mortales; tierra y agua de Dios son pan y vino del hombre, y Dios con ellos hombre se hace.
Tu cruz, cual una artesa en que tu Padre hiñera con sus manos nuestro pan.
VINO
La viga maestra del dolor macizo a que la piedra del remordimiento, por el rodezno de la culpa obrando, sobre tu corazón su pesadumbre cargó, y enderezaron como vírgenes las tristes manos pecadoras de Eva, sobre el lagar divino de tu pecho pisó el licor que nuestras penas lava.
Triste es el vino en el desierto, en donde no hay agua, madre de verdor riente; triste el vino cual sangre y triste tu alma, Jesús, hasta la muerte. Mas tu jugo, mientras no entremos al divino océano sin haz ni fondo y sin orillas, abra de nuestros ríos todos peregrinos, sostén de esta jornada dolorosa por el desierto de la vida humana, es tu vino, Señor, tu propia sangre, tu vino triste del dolor, el vino de la vid de que somos los sarmientos.
Triste es el vino, sí; mas nos embriaga y nos trae la ilusión con el olvido.
¡Oh embriaguez de la sangre redentora, del vino del desierto falto de agua; locura de la cruz, dolor sabroso, despego de la vida, tú nos borras el dejo de vinagre que en la esponja de su vano consuelo nos da el mundo! Y hay en el vino de tu sangre, ¡oh Cristo!, agua también, de cumbre y sin mancilla, licor de vida que la sed apaga para siempre jamás a quien lo bebe y vuélvese en su dentro manadero que le da un sempiterno reviver.
La viga maestra del dolor macizo a que la piedra del remordimiento, por el rodezno de la culpa obrando, sobre tu corazón su pesadumbre cargó, y enderezaron como vírgenes las tristes manos pecadoras de Eva, sobre el lagar divino de tu pecho pisó el licor que nuestras penas lava.
Triste es el vino en el desierto, en donde no hay agua, madre de verdor riente; triste el vino cual sangre y triste tu alma, Jesús, hasta la muerte. Mas tu jugo, mientras no entremos al divino océano sin haz ni fondo y sin orillas, abra de nuestros ríos todos peregrinos, sostén de esta jornada dolorosa por el desierto de la vida humana, es tu vino, Señor, tu propia sangre, tu vino triste del dolor, el vino de la vid de que somos los sarmientos.
Triste es el vino, sí; mas nos embriaga y nos trae la ilusión con el olvido.
¡Oh embriaguez de la sangre redentora, del vino del desierto falto de agua; locura de la cruz, dolor sabroso, despego de la vida, tú nos borras el dejo de vinagre que en la esponja de su vano consuelo nos da el mundo! Y hay en el vino de tu sangre, ¡oh Cristo!, agua también, de cumbre y sin mancilla, licor de vida que la sed apaga para siempre jamás a quien lo bebe y vuélvese en su dentro manadero que le da un sempiterno reviver.
Lino
Blanco lino tu cuerpo, frágil tela que de la parda tierra Dios hilando tejió y tiñó y ciñó a su Pensamiento —por desnudo, invisible—, vestidura dándole así con que alumbrase al mundo la luz de la Palabra, eterna capa recamada de innúmeras estrellas.
Y el lino se tiñó de regia púrpura sonsacada del mar de los abismos —del mar donde descansan los que fueron junto a los que serán—, de la Muerte fue sudario de amor al inmolarla.
Con mano airada el pueblo a desgarrones desnudó a la Palabra creadora, mas Ella recogiendo su vestido volvióselo a ceñir y como un manto
lo tendió por dosel en nuestro cielo.
El Hacedor de la visión sin lindes de rebaños de soles peregrinos que a nueustro orbe—apagada chispa—arrastran, de la ceniza de éste fue tejiendo, con incorpóreas manos tenebrosas —herramientas de todopoderío—, durante nueve meses en el vientre de una doncella tenebroso, tunica con que al vestir su desnudez Le vieran las almas que brotaron de su sien.
Blanco lino tu cuerpo, frágil tela que de la parda tierra Dios hilando tejió y tiñó y ciñó a su Pensamiento —por desnudo, invisible—, vestidura dándole así con que alumbrase al mundo la luz de la Palabra, eterna capa recamada de innúmeras estrellas.
Y el lino se tiñó de regia púrpura sonsacada del mar de los abismos —del mar donde descansan los que fueron junto a los que serán—, de la Muerte fue sudario de amor al inmolarla.
Con mano airada el pueblo a desgarrones desnudó a la Palabra creadora, mas Ella recogiendo su vestido volvióselo a ceñir y como un manto
lo tendió por dosel en nuestro cielo.
El Hacedor de la visión sin lindes de rebaños de soles peregrinos que a nueustro orbe—apagada chispa—arrastran, de la ceniza de éste fue tejiendo, con incorpóreas manos tenebrosas —herramientas de todopoderío—, durante nueve meses en el vientre de una doncella tenebroso, tunica con que al vestir su desnudez Le vieran las almas que brotaron de su sien.
Desde el alba hasta el ocaso.
Desde el alba te busco a Ti, hasta el ocaso te llamo.
sólo tiene sed de Ti, como la tierra desierta, mi alma.
No me detendré un solo instante, siempre cantaré tu grandeza,
porque eres mi Dios, mi único amparo.
Me cobijarás bajo el calor de tus alas.
Desde el alba te busco a Ti, hasta el ocaso te llamo.
sólo tiene sed de Ti, como la tierra desierta, mi alma.
No me detendré un solo instante.
Tu nombre por siempre proclamaré, porque eres mi Dios, mi único apoyo.
Nunca vencerá la noche dentro de mí.
Desde el alba te busco a Ti, hasta el ocaso te llamo.
Sólo tiene sed de Ti, como la tierra desierta, mi alma.
Desde el alba te busco a Ti, hasta el ocaso te llamo.
sólo tiene sed de Ti, como la tierra desierta, mi alma.
No me detendré un solo instante, siempre cantaré tu grandeza,
porque eres mi Dios, mi único amparo.
Me cobijarás bajo el calor de tus alas.
Desde el alba te busco a Ti, hasta el ocaso te llamo.
sólo tiene sed de Ti, como la tierra desierta, mi alma.
No me detendré un solo instante.
Tu nombre por siempre proclamaré, porque eres mi Dios, mi único apoyo.
Nunca vencerá la noche dentro de mí.
Desde el alba te busco a Ti, hasta el ocaso te llamo.
Sólo tiene sed de Ti, como la tierra desierta, mi alma.